PhD (c) Alejandro Mier Uribe
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Es un verdadero deleite leer acerca de los grandes genios a los que les debemos el que hoy en día podamos aprovechar y participar de la magia de las computadoras, del internet y el universo de información que en él orbita. Esas increíbles mentes de visionarios, científicos, ingenieros, en su mayoría PhD en matemáticas, física, adoradores de la filosofía y el arte. El desfiladero de personalidades desde la apertura del primer acto, en 1843, por Ada Lovelace, pasando por Alejandro Graham Bell, Alan Turing, Vannevar Bush, Howard Aiken, Hewlett y Packard, Attanasof, William Shokley, hasta épocas más recientes con Alan Kay, Steve Jobs, Steve Wozniak, Bill Gates, Paul Allen. Y un interminable elenco de mentes superdotadas que dieron vida a más genialidades en los ordenadores.
Cuando un libro me refiere a otro y mi mente entreteje historias, no puedo dejar de compartirlas así que permítanme este paréntesis. Ada, condesa de Lovelance, primera visionaria de lo que hoy conocemos como computadora, es hija del poeta Lord Byron; en el verano de 1816 una lluvia incesante confinó a cinco interesantes jóvenes en la mansión de descanso de Lord Byron en Suiza. Para matar el aburrimiento, Byron propuso que cada uno escribiera una historia de fantasmas lo cual dio como resultado ni más ni menos que Frankenstein, de Mary Shelley, y uno de los primeros cuentos que dan vida a Drácula, El vampiro, de John Polidori.
Volviendo a Los Innovadores, al maestro Walter Isaacson, todo mi respeto. Su trabajo como biógrafo es impecable; la investigación siempre a detalle, no solo de la obra de cada protagonista sino de su perfil, carácter, personalidad, núcleo familiar, de amigos y el contexto histórico para comprenderlo a cabalidad; el poder de su mente y pluma para que inventos y personajes tan complejos sean aterrizados en esa narrativa tan secuencial, fluida y fácil de entender. De Isaacson, hace años leí la biografía de Jobs; ahora voy con Einstein, y después Franklin.
Apropósito del estreno de la película Oppenheimer –para mí, magnífica, con gran valor histórico y, para no variar, Christopher Nolan potencializando su talento–, ver cómo se entrelazan los acontecimientos de la segunda guerra mundial y la carrera por el desarrollo tecnológico para uso bélico (Código enigma, Alan Turing, entre muchos ejemplos), lo cual catapulta, como suele suceder a raíz de conflictos armados, el avance en diversas disciplinas. Y sí, por supuesto, encontramos varios de los nombres de Los innovadores de Isaacson, trabajando en el “Proyecto “Manhattan” para desarrollar la bomba atómica.
Intentando destacar los momentos más trascendentales de la cautivadora evolución de la computadora, en estos 180 años, señalaría: la visión de Ada Lovelace imaginando la computadora y siendo reconocida como la primera programadora informática del mundo; el hardware, que le dio vida física; la programación que hizo posible sus funciones; el transistor, que llevó a un premio Nobel a su creador; el microchip, también merecedor del Nobel; la conexión a internet, el ordenador personal, el software con sus diversos programas (Windows, por mencionar uno); internet para todos (a pesar de haber sido creado en los años setenta, no fue sino hasta finales de los ochenta que cualquiera se pudo conectar a través de la línea telefónica); la red (www)… y a partir de ahí, el conocimiento compartido.
Los que son seguidores de mis “Andares” saben que un tema que me cautiva es la vida de la gente que ha cambiado nuestro planeta, como bien apuntó Thomas Carlyle, “la historia del mundo no es sino la biografía de grandes hombres”; conocer qué pinche envidiable chip traía instalado su cerebro de nacimiento, el lugar donde crecieron, cómo sus padres, hermanos, amigos, contribuyeron o no, en convertirlos en lo que llegaron a ser; su entorno, estudios, su vida amorosa que, en la mayoría de las ocasiones, cumple un papel capital ya sea porque se encargaron de ser compañeras (os) que los cuidaron (las mujeres de Stephen Hawking, el propio Oppenheimer, John Nash), los impulsaron, les proporcionaron todo aquello que la mente de un científico se olvida como es la vida social, hasta comer, dormir o el buen vestir (recordemos que el despeinado Einstein podía usar calcetines diferentes y ni cuenta se daba, aunque pensándolo bien, no está nada mal ese look, lo intentaré), cuidado personal (Steve Jobs que imaginaba que portar túnica, andar descalzo y su dieta a base de frutas y verduras, lo eximía de tener que bañarse y del uso del desodorante, o, años después, el vestir solo playeras negras y jeans para no tener que distraer la mente en esos menesteres). Escudriñar cómo es que tuvieron la capacidad de cambiar a nuestro mundo, no tiene parangón.
Jamás me ha apenado confesar que me encantaría ser como uno de ellos, es más, por supuesto que durante años apunté al más grande, Einstein, y ¿qué creen? ¡Ya comienzo a parecerme a él! ¡Por fin, por fin, encontré una similitud en nuestras personalidades! Resulta que una de las tantas anécdotas que se cuentan de Einstein (muchas son inventadas, pero, por cariño al genio, las damos como ciertas), Albert estaba a punto de finalizar una de sus grandes leyes, pongamos que la de la relatividad general, obvio, mantenía su trabajo bajo rigurosa secrecía; decidió salir a dar uno de sus acostumbrados paseos cuando de pronto se percató que en una marquesina se anunciaba “Avances de la ley de la relatividad” y, supongo, ha de haber dicho, “¡Ay, cabrón! Alguien se me está adelantando”… así es que ipso facto compró boleto para escuchar la conferencia. Muy a su estilo se fue a sentar hasta la parte de atrás. Llegó la hora de la presentación y nada, pasó media hora y nada, la gente se empezó a marchar, ya cuando solo quedaba él y unas cuantas almas más desperdigadas en las butacas, salió el presentador y apesadumbrado dijo: “lo sentimos mucho, nuestro orador, el doctor Albert Einstein, no se presentó”. En ese momento Einstein se dio cuenta de que él era el expositor invitado y simplemente lo olvidó, Jajaja, ¿lo ven? Yo soy peor de olvidadizo, ¡comienzo a parecerme a mi héroe!
Y ahora, me toca ofrecerles una disculpa. Mi pluma andariega, que adora las anécdotas, hay veces que, como notoriamente me acaba de suceder, le gana la batalla a mi intención de escribir un artículo con fines más serios; así es que mis apuntes de Los Innovadores se quedaron muy cortos en todo lo que quería platicarles. Pero lo haré en mi Podcast de Andares publicitarios, por si gustan curiosear más en los cerebros de los prodigiosos genios de la tecnología y, desde luego, en una segunda parte de este Andares, muy próximo a publicar, el que me encantará hacer un merecido recuento de otra gran cantidad de superdotados que contribuyeron con piezas esenciales del rompecabezas y que la mayoría de las veces no sabemos ni sus nombres.